En un acto protocolario de inauguración, justo después de cortar las cinta de la ilusión, el cabecilla tomo la bola de la guerra, apunto con cautela y con un tiro infalible la arrojó sobre los inadvertidos campesinos, quedando ocultos entre los despojos de la penumbra - enseguida se vio caer una lluvia de plata - .
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